
1.- Observa qué piensas de ti y de los diversos aspectos de tu vida.
Y ve escribiéndolo en una libreta. Conviértete en una especie de espía de tus pensamientos. No los juzgues, no digas esto es bueno o esto es malo. Tú, ahora, en este momento estás haciendo de observadora, nada más.
Para hacer bien este trabajo debes acostumbrarte a captar aquellos pensamientos que te dicen cosas del tipo: «no tengo suerte en la vida», «es demasiado difícil, no lo conseguiré nunca», «soy demasiado mayor para empezar ahora», «no tengo dinero para estudiar», «no tengo dinero para emprender», «no lo conseguiré», «todo está muy mal», etc.
Las frases exactas son lo de menos, lo importante es el mensaje que transmite cada una de ellas. Son mensajes limitadores, y en la mayoría de los casos tan totalitarios que no dejan espacio a nada más: «es demasiado difícil, no lo conseguiré nunca«, «todo está muy mal».
Otra característica importante de estas frases es que son negativas y nos llevan a un estado de malestar. Desde este punto todo se ve muy mal y cuesta poder ver una salida a cualquier situación.
Por eso es tan urgente detectar estos mensajes que nos decimos, anotarlos y empezar a corregirlos.
2.- Una vez detectados los mensajes limitadores, vamos a ver cómo podemos darles la vuelta.
En primer lugar recupera el adolescente que fuiste y empieza a cuestionarlas. Toma cada una de ellas y di: «¿De veras es así?», «¿Por qué me lo tengo que creer?», «¿Quién dice que esto es así?»
Y cada respuesta que obtengas, recupera tu niño y preguntas: «¿Por qué?»
Cuando hayas agotado todas las respuestas y ya no te queden más «¿por qué?» para preguntarte, llega el momento de hacerte una pregunta clave e incluso incómoda:
«¿Qué beneficios secundarios me aporta esta creencia limitadora que hace que me cueste tanto cambiarla?»
Los beneficios secundarios son inconscientes, pero hacen mucho trabajo a escondidas. Son grandes limitadores porque se encargan de evitar nuestro progreso personal, en definitiva, son nuestros principales saboteadores. Son uno de los motivos por los que nos cuesta tanto cambiar situaciones de nuestra vida que nos hacen sentir mal.
Por ejemplo, una persona tiene un trabajo con un sueldo bajo, no se siente valorada y no tiene un buen ambiente de trabajo. Cada mañana le cuesta más y más levantarse para ir a trabajar. Una amiga le dice que se busque otro trabajo. Esta persona tiene miedo de hacer este cambio y para justificarse empieza a echar mano de los beneficios secundarios: «al menos tengo un trabajo y cobro un dinero a fin de mes»; «este trabajo está cerca de casa y puedo ir caminando»… Estos beneficios secundarios, que son los grandes aliados de la zona de confort, la están boicoteando para que no pueda dar el paso de buscarse otro trabajo o de poner en marcha su propio proyecto.
Estos beneficios secundarios te aparecerán cuando hagas el ejercicio que te he propuesto en este apartado y lo harán de una manera inconsciente, por eso te he pedido que te pares a descubrirlos por ti misma y así poderlos contraargumentar.

3. Tus habilidades y tus recursos
En estos momentos ya has escrito tus creencias limitadoras, las has cuestionado como si hubieras vuelto a la adolescencia y también has detectado tus beneficios secundarios que te impiden cambiar las creencias limitadoras por otras potenciadoras; ahora ha llegado el momento de destapar tu abanico de recursos que están escondidos.
Haz una lista con todas tus habilidades, que son muchas más de las que ves en un primer vistazo.
Recuerda el máximo de momentos posible en los que has ayudado a alguien, te has sentido orgullosa por el trabajo que has hecho, has recibido muestras de amor, has dado amor, has sacado el coraje de no sabes dónde para salir de una situación concreta…
No cierres la libreta hasta que hayas escrito un mínimo de cincuenta.
Una vez tengas la lista hecha, léela en voz alta, diciendo tu nombre y, si puedes, mirándote en el espejo, por ejemplo: «Yo, Rosa, ayudé a mi amiga Janet en ese momento tan difícil para ella»; «Yo, María, fui capaz de superar mi miedo a nadar»; «Yo, Carmen, fui capaz de cambiar de trabajo a pesar de las presiones que recibí para no hacerlo»; etc. Cuando digas estas frases en voz alta es muy beneficioso que, mientras lo hagas, sonrías.
Si te cuesta hacer esta lectura en voz alta con cincuenta ítems, puedes dividirlos en tandas de diez, pero hazlo, hasta que empieces a sentir que te vas reconociendo en ellas, con aquella tú que actuó de esa manera, que tuvo coraje, que se sentía empoderada. Inúndate de esta energía.
4. Tu botiquín de los momentos difíciles
Construye un botiquín emocional, que te ayude en los momentos de bajón. Para hacerlo ten en cuenta los cinco sentidos.
- Para la vista, busca una fotografía, la portada de un libro, un dibujo… alguna imagen que te lleve a un momento bonito, alegre, amoroso…
- Para el oído, recupera una canción o una música que te haga sentir muy bien, y todavía mejor si te invita a bailar y a cantar.
- Para el tacto, encuentra un muñeco o un peluche que sean agradables de acariciar y de abrazar. Tenlo siempre a mano y duerme con él, conecta a través suyo con tu niña interior.
- Para el olfato, localiza ese olor que te transporta a los momentos más maravillosos de tu vida, puede ser una colonia, un perfume, un aceite esencial…
- Para el gusto, ten a mano aquello que comías cuando eras pequeña y que te gustaba tanto: ¿caramelos?, ¿bolitas de anís?, ¿patatas fritas de churrería?
Lleva siempre encima una o más cosas de las que tienes en el botiquín, por ejemplo, puedes llevar un pañuelo con el olor que te transporta a aquellos instantes buenos, o puedes descargarte en la lista de música de tu teléfono la canción que has elegido para el botiquín.
Este es un recurso que te permite cambiar la energía de baja a alta; eso sí, procura que ninguno de los objetos que has puesto en el botiquín te lleve a la nostalgia, sino que ha de llevarte a un momento agradable.
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